Mi madre solía hablar cada mañana por teléfono con mi abuela. La visitábamos todos los días, vivía a 300 metros de casa, pero ellas se llamaban, día sí y día también, para comentar «lo que iban a poner de comer».
En el menú había verduras frescas, claro, y también legumbres. Pero las primeras eran guarnición y las segundas «comida de pobres».
Mi abuelo era muy autoritario y exigía pescado y carne. Todo preparado al momento y de la mejor calidad.
Curiosamente, y ya siendo un anciano, empezó a tomar un día a la semana únicamente fruta. Lo recuerdo perfectamente, porque a mí eso me parecía el súmmum de la sofisticación.

Pero todo lo que acabo de contar fue en la segunda mitad de su vida, la del bienestar. En la primera, mis abuelos y sus hijos pasaron mucha necesidad. Igual que tantas y tantas familias de este país.
El hambre desapareció, pero nunca perdieron la constante obsesión por la comida.
El poder emocional de lo que nos llevamos a la boca
No soy psicóloga, ni nutricionista, pero vengo del País Vasco, así que algo sé de triperos. Nuestro lugar en el mundo pasa por el txoko, el txuletón, los pintxos y los potes.
¿Eres de Bilbao? ¡Allí sí que se come bien!
No sé cuantos cocineros vascos tienen fama internacional y estrellas Michelin, pero son muchos.
Queremos reunirnos y estar juntos, queremos compartir y mostrarnos afecto. Pero no siempre sabemos cómo. ¿De qué hablaríamos en la mesa, si no es de lo buenísimo que está el cordero, la merluza o el foie? ¿De política?
La carne, el pescado, no eran solo ingredientes para mi abuelo. No eran solo comida con fundamento. Eran el sentido de su vida. La recompensa por todo lo que trabajaba, el mejor momento del día.
Su forma de relacionarse con el mundo, su identidad.
Su manera de llenar el vacío.
Los retos del veganismo
Nos encanta decir que el veganismo no es una dieta. Que es mucho más. Tanto más, que se trata de cambiar el paradigma de explotación sobre el que gira todo en este violento mundo.
Pero es que el carnismo también es mucho más.
A estas alturas, ya sabemos que todos los argumentos lógicos nos dan la razón. Por los animales, por el planeta y por la salud, si funcionásemos con la cabeza, el mundo sería vegano.
Pero no es así.
Lo que parece bastante claro es que llamar asesinos, egoístas o malas personas a los demás, no es el camino.
Sobre todo, porque no lo son.
La comida es mucho más que masticar, mucho más incluso que saborear. Es una forma de:
- Recompensa
- Dar sentido a la vida
- Relacionarse
- Relajarse
- Mostrar estatus
- Llenar vacíos
- Dar afecto
Y todo eso es muy humano.
Por eso seguimos comiendo cosas que nos matan y, sobre todo, cosas que matan a otros.
Así que, la tarea que tenemos por delante para ayudar a los animales no es nada fácil.

¿Cuál es el camino?
No es ninguna casualidad que sean las generaciones más jóvenes las que cambian sus hábitos con mayor naturalidad. Tienen acceso a la información y fuerzas para rebelarse.
Afortunadamente, hay mochilas pesadas que ya no llevan encima. Aunque en el futuro cargarán con otras que ahora desconocemos.
Consumimos por dos razones emocionales primarias, que luego justificamos con argumentos lógicos: 1) satisfacer una necesidad y 2) evitar un problema.
Y comiendo, estamos cubriendo ambas.
Así que, lo que debemos conseguir es que el veganismo sea percibido como:
- delicioso
- saludable
- positivo
- normal
- socialmente aceptado
- no sectario
- atractivo
- y fácil (cosa que, por ahora, no es).
Por su lado, el carnismo debería ser percibido como cada vez más desagradable, incómodo, nocivo para la salud, violento y anacrónico.
Todo eso que los veganos ya sabemos que es.
¿Cómo lo hacemos?
Si tuviera todas las respuestas, estaría dando conferencias por el mundo, pero sí tengo algunas intuiciones.
Hay multitud de formas de aproximarnos al asunto, dependiendo a quién tengamos delante.
Yo necesité vídeos muy duros como Earthlings o las investigaciones sobre granjas de cerdos de Igualdad Animal.
Otras personas ponen su salud por delante y entran en el veganismo a través de esa puerta, así que necesitan información seria y rigurosa como la que proporciona el diestista-nutricionista Aitor Sánchez, por ejemplo.
Si hay algo que todos los activistas deberíamos tener en común es el impulso evolutivo. La capacidad de poner en cuestión todo lo aprendido.
Porque dejar de consumir animales no es haber llegado a la meta, ser vegano es seguir creciendo. Tengas la edad que tengas, lleves los años que lleves luchando por ellos.
Así que ánimo, que esto es una carrera de fondo y recuerda que aquí no hay buenos ni malos.

Lo que te pide el cuerpo y lo que necesitas
Si no me equivoco – y lo digo por experiencia – esto es lo que quieres:
1) Que dejen de explotar a los animales; poner a parir a todos los carnistas; sentirte superior moralmente; enfadarte en las comidas familiares; que todos tus amigos y compañeros de trabajo vean Earthlings …
Y esto lo que necesitas:
2) Mirar a tu alrededor, parar un momento y tranquilizarte. Aceptar la realidad. Recordar dónde estabas tú hace no tanto tiempo, entender que los grandes cambios no se produjeron en un día. Bajar del pedestal. Reflexionar.
Darte cuenta de que, queriendo ayudar a los animales, puede que estés haciendo todo lo contrario.
Gracias de corazón por llegar hasta aquí y que la fuerza te acompañe.
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