Mi compañera Nuna tiene casi 14 años y sabe distinguir perfectamente cuándo voy a salir de casa con ella y cuándo me voy yo sola. Imagino que tendrá que ver con la ropa, con mi lenguaje corporal, con los horarios, o con esa telepatía que aún no hemos sabido explicar científicamente, pero que todos los perrunos conocemos.
Cuando no puedo llevármela porque voy a trabajar, a hacer deporte, o a algún plan de ocio en el que se agotaría demasiado, ella se queda tranquila, normalmente tumbada, mirándome salir. Siempre le digo las mismas palabras: «pórtate bien mi amor, enseguida vuelvo».
Y así me despido cada día, como diría Julio Iglesias, soñando con volver.
Se habla mucho de la ansiedad por separación en perros. Es un problema complicado, que causa gran sufrimiento a los canes y a sus familias. Poco se comenta, sin embargo, cuando el afectado es el humano.
Sí, amigos, después de casi 14 años de convivencia en varias ciudades del mundo os puedo decir que nunca he echado de menos la presencia de alguien como la de mi perra Nuna cuando no está conmigo. Ni animal ni humano.
Ale, ya está dicho.
No es que esté triste o deprimida, tampoco nerviosa. Es más una inquietud leve pero constante, que solo se calma cuando llego a casa, me agacho, la abrazo y la huelo. ¡Ese inconfundible olor! Ella, como es bastante grande, mete el morro justo debajo de mi brazo. Y ambas nos quedamos así, quietas, un ratito.
Algo me dice que no estoy sola en esto y que no soy la única que lo vive así. ¿A cuantos de vosotros os pasa lo mismo?
Antes me costaba más decir que me iba a casa porque Nuna me estaba esperando, pero ahora ya no. Si tenemos la suerte de disfrutar de ese vínculo con un compañero de vida no humano es que somos muy, muy afortunadas.
Hay que decirlo más.