Reencontrarme con Kasey es una de las cosas que más alegría me da de mi clase de spinning los domingos. Mientras su dueña – a la que llamaré Patricia – y yo subimos montañas inexistentes, Kasey duerme a pierna suelta delante de nuestras bicis.

Los perros guía siempre me han dado mucha pena, no lo puedo evitar. No así Kasey. Me llama la atención que trote hasta la sala con alegría, que no se inmute con la música a todo volumen, y que solo empiece a abrir el ojo en el momento en que comenzamos a estirar.
Patricia y Kasey forman un gran equipo y suelen ser la sensación del vestuario. Cuando alguien interactúa con la perrita, cosa que ocurre continuamente, Patricia comenta entre risas lo estupenda compañera que es, las trastadas que le hace a veces, o cómo se encuentra de salud. Kasey ya ha cumplido los 9 años.
Tolerancia perruna en una ciudad de intolerantes
En la ciudad en la que nací, y a la que he vuelto después de 25 años, se produce una interesante paradoja: hay muchísimos perros pero prácticamente ningún espacio de calidad para disfrutar con ellos. Esto dificulta la convivencia y se da una especie de guerra soterrada entre perrunos y haters.
Las posturas están polarizadas y nunca me habían mirado tan mal – ni tan bien – por ir con mis perras por la calle.
El hecho es que la gran mayoría de los perros con los que me cruzo están desquiciados o mortalmente aburridos. He visto cachorros de 3 kg con collar de castigo, otros que salen 5 minutos de reloj y muchísimos que han crecido sin pisar el césped ni olisquear jamás a sus semejantes.
Imaginad, en este entorno, un gimnasio pijo. Señoras bien peinadas y mejor vestidas que practican yoga, pilates y ballet fitness. Señoras que arrugan la nariz y que jamás tocarían a alguien que no fuera de su especie. Y, entre todas ellas, Kasey, con esos ojazos. Kasey, que se te apoya en las piernas cuando la acaricias, pidiendo más. Kasey, abriendo corazones, propiciando conversaciones y contribuyendo a acercar posturas.
¿Es la vida de Kasey tan diferente a la de mis perras?
Intento llevar a mis perras sueltas siempre que puedo, aunque en el fondo sé que la sensación de libertad no es más que una ilusión. La verdad es que voy ejerciendo un control permanente sobre ellas, obsesionada porque no pillen nada que pueda sentarles mal (la cantidad de porquería en mi ciudad es sorprendente, estoy convencida de que los bancos del parque están habitados por monstruos de las galletas que no comen, tiran).
El caso es que mis rubias van sueltas, pero siempre amarradas a lo que yo llamo «la correa invisible«. Una fiscalización constante, con la voz y la mirada, que las pobres intentan burlar con poco éxito.

Mis perras no trabajan. Puede que tengan una vida más fácil que Kasey, pero puede que no. Volver a Bilbao ha sido una putada para ellas. El clima, el asfalto, el parqué que resbala y las escaleras del portal. Poco de lo que tenemos aquí es óptimo para su vejez. Pero no pudieron elegir.
Hace unos días, Patricia me contaba que la veterana perra guía se tendrá que jubilar en poco tiempo. Otro cachorro vendrá a hacer su función, pero Kasey se quedará con la familia hasta el final de sus días.
Explotación animal
Los únicos animales que no son explotados en nuestro planeta son aquellos que todavía no han sido descubiertos. No tenemos ningún derecho a disponer de la vida de los otros, pero lo hacemos.
Desde un punto de vista ético, la explotación, tanto animal como humana, es indefendible.
Pero, entonces, ¿es imposible convivir desde el respeto? ¿Cómo satisfacer nuestras necesidades sin coartar las de los otros?
No tengo certezas, solo esperanzas. Espero que la respuesta esté en el progreso, científico y moral. Espero de corazón que las personas ciegas dispongan en un futuro próximo de robots infalibles que les ayuden a caminar. Espero que, como ocurrió en los trabajos del campo, la tecnología deje obsoletos a los perros guía.
Hasta entonces, nuestra obligación es velar porque todos tengan una vida digna y libre de maltrato. Observar, preguntar, interesarnos por ellos y no mirar para otro lado en caso de duda.
Espero, empezando por mí, que seamos capaces de dejar de ver a nuestros animales como compañía, y empecemos a respetar su naturaleza y sus necesidades. Hay ciudades en Europa que ya lo están consiguiendo, hasta entonces la solución será seguir haciendo pedagogía, exigiendo mayor bienestar… y mudarnos allí.

Muchas gracias.
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¡Gracias a ti por comentar! Un abrazo
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Me ha encantado Lucía, te encontré a raíz del artículo de la vejez en los perros y desde entonces te sigo, y he ido leyendo tus entradas anteriores. Enhorabuena y gracias
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Muchísimas gracias Teresa 🙂
Me alegra de verdad que te haya gustado. Hoy precisamente he vuelto a ver a la perrita guía que inspiró este post y siempre me produce una gran admiración verla en acción junto a su amiga humana. ¡Un fuerte abrazo!
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