La historia de Reina

Reina reinando

Eran las 7 de la mañana, un día de enero del año 2020. Matilda y yo estábamos llegando al parque por el que paseábamos cada día. Aún no había amanecido. En medio del silencio escuchamos un lamento, como de bebé, y vimos un bulto oscuro. Al acercarme, reconocí a una gatita de tamaño pequeño, con un ojo en muy mal estado, que gritaba y lloraba. Me acerqué a ella con mucho cuidado para no asustarla, pero enseguida me di cuenta de que no se apartaba. Matilda la olió con curiosidad, pero la gatita estaba muy desorientada. No sabía si era un bebé, tan pequeña y en la oscuridad, o una anciana.

No tenía ninguna forma de cogerla, no llevaba ningún bolso y al estar con Matilda no me atrevía a manipularla ni a levantarla del suelo, por si se ponía nerviosa. Así que me acerqué al parque a ver si alguno de los paseadores habituales de esa hora podía prestarme algo para transportarla. Una de ellas, vecina del barrio, me bajó una bolsa de deportes. Pero, cuando volvimos, la gata ya no estaba.

Me quedé preocupada por aquel animal, así que empecé a regresar todos los días a la misma hora cargando con un transportín, por si me la encontraba. Hablé con una persona que trabajaba en esa calle, que me contó que llevaba mucho tiempo por allí y que gritaba mucho. Había también una colonia de gatos alimentados y bien cuidados, pero aquella gatita no estaba bien, era evidente que no pertenecía a ese grupo. Durante más o menos una semana estuve yendo todos los días con mi transportin, me sentaba en el suelo a esperar por si ella aparecía.

Finalmente, en circunstancias que por ahora prefiero no explicar para no implicar a otras personas, apareció y pude llevármela a casa. En aquel momento me dijeron que Reina tenía 23 años. Obviamente, no tenía chip ni nada similar. Cómo había llegado a esa situación de dejadez y abandono es todavía un misterio para mí.

Veterinario y cuidados

Empezamos con los cuidados veterinarios. La gata tenía tantísimos nudos pegados a la piel que apenas podía andar. Cualquier movimiento le resultaba doloroso. Sus ojos también estaban en mal estado, uno de ellos inservible, el otro prácticamente ciego. Tenía la boca hecha polvo y una llaga en el labio que yo le limpiaba y desinfectaba a diario. Gracias a la ayuda de una persona muy generosa pudimos visitar dos clínicas veterinarias, una especialista en oftalmología de animales y la otra especializada en felinos. Una tercera veterinaria vino a casa para afeitar a Reina, algo que hicimos a domicilio para no estresarla demasiado. En ese momento, la gatita pesaba poco más de 2 kgs.

Parte del pelo que, con muchísima paciencia y delicadeza, le afeitamos a Reina.

Reina se dejaba hacer todo. Era la gata más ronroneadora y cariñosa que yo haya conocido. Comía con muchísimo apetito y empezó a ganar peso. El tratamiento que el oftalmólogo le puso para la tensión hizo que recuperase, además, algo de vista. Al principio vivía en el cuarto de baño, para que mis otros dos gatos, Luisa y Ché, pudieran ir adaptándose a su presencia. En pocos días pasó a mi habitación y se hizo la dueña y señora de mi cama, y de mi corazón.

La nueva vida de Reina

Durante un tiempo estuve buscando un hogar para ella, sin darme cuenta de que ya estaba en casa. Disfrutaba muchísimo de las almohadas, del sol de la mañana en la piel y nunca se cansaba de las caricias. Dormíamos pegadas, abrazadas una a la otra, ella con sus sonidos de motorcito que yo recibía como un bálsamo. Algunas veces caminaba durante la noche por encima de mi cabeza y de la de Matilda, la podenca, que tenía una paciencia infinita.

Empezó a crecerle el pelo y a salir el bellezón de animal que llevaba dentro. No podía subir a sitios elevados, pero sí lo hacía a la cama y al sofá. Por sus problemas bucales comía solo latas, que intentábamos variar para que no se aburriera. Le gustaba todo, siempre estaba feliz y dormía como un bebé. Supongo que su sordera ayudaba a que nada perturbara su sueño.

El perfil bueno de Reina

Tengo decenas de fotos y vídeos de Reina y todos me hacen reír. Me pasaba el día documentando sus avances: su primera vez en la terraza, sus andares torpes, cómo dormía, sus despertares por las mañanas, su voz. Los publicaba en Instagram y sé que hay muchas personas que se enamoraron de ella tanto como yo. Despertaba una ternura infinita. A veces se desorientaba un poco y gritaba, como aquella madrugada en la calle. Yo me acercaba a tocarla y ella se calmaba.

Luisa y Ché, ambos de aproximadamente 10 años, reconocieron enseguida a la jefaza que se escondía en esos apenas 3 kgs de gata callejera. Una mujer maravillosa que sabe mucho de felinos, porque lleva toda su vida rescatándolos, me dijo de ella al conocerla: «este animal está acostumbrado a sufrir«. En ese momento me prometí a mí misma que no volvería a pasar hambre, ni miedo, ni frío, hasta el final de sus días.

Hace solo unos meses llegó Zuri a nuestras vidas, otra podenca de 10 años con muchos problemas de estrés crónico y una gran ansiedad hacia gatos. Con la perspectiva del tiempo veo que Reina, con su presencia de anciana ciega y sorda, con su energía de superviviente, fue la maestra que abrió la puerta a que Zuri pudiera encontrar la paz en esta casa.

Reina poco antes de partir.

Quizás habiendo cumplido sus tareas, Reina nos dejó el pasado 28 de julio de 2021. Lo hizo en mis brazos, acompañada y querida, sin angustia ni dolor. Ella no poseía nada, solo su medicamento para la tensión y sus latitas, pero en el vacío que me deja cabe el mundo.

Hasta pronto Reina, saluda a toda la peña en ese lugar paralelo en el que tanto me gusta imaginarte.

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